Cada mañana, estupidamente le envío un mensaje de buenos días, deseando sinceramente que tenga un buen día.
Porque nunca he sido una persona que se preocupe tanto por los demás, se vuelve mas difícil con el pasar del tiempo.
Manteniendo en mis pensamentos si le será agradable o le resultará tedioso, sigo sin poder evitarlo.
Aunque tarde o temprano reciba una respuesta, continúo preguntandome si será por educación o por gusto, o si le responderá de la misma manera alegre a cualquier persona.
Me pregunto cuál será su primer pensamiento por las mañanas, para tratar de adivinar de que manera podría mejorar su día, por lo menos un poco.
Me pregunto si aún de una manera torpe seré capaz de sacarle una sonrisa sincera, una que sea solo mía.
Al final del mensaje me pregunto si me estoy preguntando demasiado.
Cuando lo encuentro estoy deseando ser capaz de reconocer las palabras ocultas que lanza tras sus comentarios poco amigables e intentando encontrar en su mirada aquellas cosas que quiere contar pero no encuentra la manera.
De una u otra forma, siempre estoy a la expectativa de un espacio en su apretada agenda, esperando el momento en que cancele un compromiso por pasar diez minutos junto a mi, aunque no se lo pida, aunque no se lo exiga, aunque nisiquiera lo mencione.
De todas las cosas que espero que haga, no hace ninguna. De todas las cosas que quiero hacer, a él no le gusta ninguna.
Él, me mantiene despierta, me mantiene alerta y me mantiene a la espera de que la vida me sorprenda.
Él siempre está a la defensiva y muchas veces me hace sentir insegura.
Y aunque cada día antes de pulsar la tecla enter me pregunto el por qué, y aunque no pueda aceptarlo, él me gusta.
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